Invictus

Desde la noche que sobre mi se cierne,
negra como su insondable abismo,
agradezco a los dioses si existen por mi alma invicta.
Caído en las garras de la circunstancia
no me he estremecido ni llorado en voz alta.
Bajo el vapuleo del azar, mi cabeza está ensangrentada,
más no inclinada.
Más allá de este lugar de lágrimas e ira
yacen los horrores de la sombra,
pero la amenaza de los años me encuentra,
y me encontrará, sin miedo.
No importa cuán estrecho sea el camino,
cuán cargada de castigo la sentencia.
Soy el amo de mi destino,
Soy el capitán de mi alma.

sábado, 23 de enero de 2010

Cuchillo en mano

Para variar, voy a colgar la parida de las paridas. El caso es que estoy escribiendo un libro todo con historietas cortas, y esta es una de ellas.
Bueno, como no se que subir, voy a subir esto...


12:30
A ver, Clara, relájate. No pasa nada. Coge el cuchillo y córtale la cabeza, tal y como te lo han explicado paso a paso. Ni que te fueran a condenar por cortarle la cabeza.

12:40
No, no, no. No puedo. Aun sabiendo que esta muerto, sin vida, no puedo hacerlo. Pensar que he estaba viviendo la vida feliz y que en estos momentos tengo que cortarle la cabeza…me resulta imposible.

12:51
¿Por qué yo? No puedo hacerle eso, no puedo…pero debo hacerlo. Sí, debo hacerlo.
Venga, Clara, siéntate. Muy bien, así te tranquilizaras. Además, siempre te pasa lo mismo.
No pienses que vas a acabar con una vida, tu piensa que…, bueno mejor no pienses. Tú coge el cuchillo y córtale la cabeza. ¡Qué no es tan difícil!

13:02
¡Por fin! Lo he hecho, ¡le he cortado la cabeza! Pero me da pena, y pensar k ahora tengo que abrirle por al mitad y…y… ¡Basta ya! ¡No quiero, no quiero!

13:07
Despacio, despacio. Venga que lo consigues…

14:07
—Cariño, el conejo está listo.


***lo de Clara va por ti, Clara, aun te quejarás***

domingo, 10 de enero de 2010

Pero por qué?

Ya colgué el otro día la primera parte de este capitulo que por cierto espero que os haya gustado... Bueno pues nada que aquí os dejo el final. aviso, soy muy cruel con las personas de mis libros...


Susan se giró y vio el coche que estaba cada vez más cerca de nosotras. Yo estaba en la parte de dentro de la acera y Susan estaba a mi lado izquierdo, en el lado de fuera. Aunque eso servía de poco en esos segundos de pánico, ya que el coche tenía las dos ruedas de la derecha subidas en la acera. Susan, lo más rápido que pudo, se movió hacia el centro de la solitaria carretera para intentar esquivar el coche ya que la acera era pequeña y si nos poníamos las dos pegadas contra un edificio, ella no tenía ninguna posibilidad. Yo me pegué al edificio de mi derecha. El coche pasó a mi lado hiriéndome con el duro y frío parachoques del coche. Me hizo un gran corte del que empezó a salir sangre.
Grité de dolor y caí de rodillas al suelo.
—¡SEL…!
—Susan—intenté gritar pero mi voz tan sólo era un susurro. Oí cómo Susan gritaba de dolor también.
La rueda trasera más cercana pasó por encima de mi pantorrilla izquierda. Eso me causó más dolor aún y grité más fuerte. Las lágrimas no cesaban de caer precipitadamente por mis mejillas. Dejé caer mi cuerpo de espaldas al suelo y, al hacerlo, me arañé los codos al intentar hacer menos dolorosa la caída. No dio resultado, ya que, después de los codos vino la espalda.
Oí el coche alejarse.
El coche que me había dejado ahí, en medio de la calle, tirada.
El coche que me había hecho gritar de dolor como no había gritado nunca.
El coche que me había pasado por una pierna, una pierna que no se si la podría volver a mover.
El que, seguramente, le había hecho algo parecido a Susan. Por cierto, ¿y Susan? ¿Se encontraba bien?
No me sentía capaz de girar la cabeza para comprobar que estaba…viva, aunque tenía que estarlo, no podía ser de otra manera, pero tal vez estaba….Empecé a llorar más y más sin cesar. No podía estarlo, no podía. Notaba como la sangre me cubría todo el costado izquierdo y parte del frío suelo. Intenté pedir ayuda a gritos, pero las heridas me dolían mucho y a duras penas conseguía susurrar. Tenía un nudo en la garganta que me impedía hablar. Lo habría dado todo por no haber apagado el móvil antes (aunque no sé si habría tenido fuerzas de llevar la mano hasta mi bolsillo, sacar el móvil, marcar el número y hablar). Mi madre siempre decía que no me dejara llevar por el miedo y que en ocasiones difíciles, como esta, intentara tranquilizarme. Lo único que podía hacer era mirar al cielo. Era de color azul oscuro y tenía un montón de pequeñas estrellas.
Una de ellas destacaba entre todas las demás. Brillaba con más intensidad que las otras y era la más grande de todas. Su esplendor me recordó la perfecta y brillante sonrisa de Alex. No sabía si lo volvería a ver, a tocar o a oír. Pensé también en mis padres. Los quería muchísimo y no quería perderlos tan pronto.
Recordé a Albert, Jules, Jesse y…a Emma. Aunque estuviera cabreada con ella, la seguía queriendo mucho, no, muchísimo. Éramos amigas desde los…3 años más o menos. Y no me imaginaba vivir sin ella.
A la vez que yo pensaba, la estrella se hacía más y más grande.
En ese momento, era deprimente:
Tumbada boca arriba en medio de la calle.
Sangrando.
Con moratones y rasguños por todo el cuerpo.
Llorando sin parar de dolor.
Posiblemente a minutos o incluso a segundos de morir.
Y alucinando con una estrella brillante.
Entonces caí. ¿No sería esa luz que te lleva al otro lado? Tampoco es que fuera creyente, nunca me habían atraído ese tipo de cosas. No estaba muy segura de si me lo estaba imaginando o si la estrella se hacía cada vez más grande. Pero otra pregunta me vino en mente: ¿paraíso o infierno? Nunca lo había pensado, la verdad, pero ahora no estaba segura de a donde iría. A ver. Una vez cuando era pequeña le robé una galleta a Emma y eso, que yo sepa, es pecado. Haciéndome sitio entre las lágrimas y el dolor, conseguí reírme de mi propio chiste malo.
Buf, me empezó a doler la cabeza. Además del gran arañazo de mi costado, la sangre que salía de él y de mi gran moratón de la pierna (por no decir los arañazos de los codos) me tenía que doler la cabeza. Perfecto, sencillamente perfecto.
Cada vez la estrella estaba más cerca y cada vez me dolía más la cabeza y las heridas.
Entonces ocurrieron varias cosas extrañas y dolorosas al mismo tiempo:
La estrella me “atrapó”. La cabeza me estalló de tanto dolor. De mis heridas empezó a salir sangre como de una fuente. El moratón y los arañazos me ardían. Aullé de dolor.
En ese momento, la estrella me rodeó completamente y me quitó el aire. Buscaba el aire de donde no había y después de segundos, me rendí. Iba a morir, y nada podría impedirlo.

sábado, 9 de enero de 2010

La gente se muere sabes?

Si, me he currado mucho el titulo. Bueno, es que no sabía que poner...y a mí como que lo de pensar o discurrir no va conmigo.
En fin, pues nada que como nunca subo nada según unas amigas (sí Clara y Diana, me refiero a vosotras) voy a subir algo.
Aviso, si estáis depres o muy muy muy felices y no queréis estar tristes, no lo leáis. También os digo que no tiene mucho sentido...nada tiene sentido. Por que no me vayáis a decir que algo en esta vida, sobre todo lo que escribo o digo yo, tiene algún sentido. ¿Verdad que no? Así me gusta, que no le llevéis la contraria a Doña. Sin sentido. Bueno como se que luego ciertas personas me van a echar la bronca por decir esto y que muchos os estáis aburriendo como burros en una tienda de vídeo juegos, voy a dejaros ya en paz. Muchos besos a todos=)...Igual es mejor que lo suba en los partes y así os dejo con la intriga...aun que es una mierda.


La puerta de la entrada se cerró, y Susan vino hasta donde estaba yo, en el sofá del salón.
—¡¿Te parece normal interrumpirme?!—me gritó al llegar.
—Oye, que no es culpa mía que las llaves se fuguen de mi mochila—bromeé aunque al parecer el horno no estaba para bollos.
—¡Ay, mira como me río! Ja, ja, ja—se puso seria y me señaló con el dedo en señal de amenaza—. Como vuelvas a meterte en mis asuntos, te la cargas.
—Como me la cargue, te la cargas tú—le devolví la amenaza.
—¿No me digas, pequeñaja?—se burló— Anda, no me toques lo que no tengo.
—Tranquila, no tengo ningún interés en tocarte el cerebro—me reí de ella—. Te recuerdo, cerebro de pulga, que mamá no sabe que tienes novio y se piensa que vienes a casa andando.
Se me quedó mirando como una tonta.
—¿Se lo vas a decir?—preguntó.
—Ostras, lo has adivinado—le aplaudí—. No me voy a cortar un pelo en decírselo a mamá si tu dices una sola palabra de que te molesto y no se qué chorradas más.
Me miró con cara de odio.
—Vale—contestó tras recapacitarlo. Después, cambió de tema totalmente—. ¿Qué miras?—me preguntó sentándose a mi lado en el sofá.
—Una película muy extraña. Se llama Outlander. Transcurre en la época de los vikingos pero hay pistolas, monstruos raros y naves espaciales—al final nos quedamos viendo dos películas más que salían después hasta que sonó mi móvil.

¡Rin, rin!

Saqué el móvil del bolsillo del pantalón y miré quien me llamaba: mamá.
—Hola, mamá—dije—. ¿Qué tal la abuela?
—Bien—contestó—.Por cierto, ya has ido a por los papeles con Susan, ¿no?
¡Porras! Se me había olvidado con todo el lío de mi hermana.
Cogí una hoja de papel en blanco que había encima de la mesa y la empecé a arrugar cerca del móvil.
—Hay…inter…ferencias—dije con el papel al lado de la boca—Lo…siento…te…llamo lue…go—no me molesté si quiera en colgar, directamente apagué el móvil para que no volviera a llamar, cosa de la que me arrepentí más tarde.
—¡Susan! Tenemos que ir a buscar unos papeles para mamá ahora mismo.
—¡¿Y me lo dices ahora?!
—No, si te parece mañana.
—Muy graciosa.
Salimos a la velocidad del rayo de casa. Sólo nos dio tiempo de coger las llaves y meternos el móvil al bolsillo.
Fuimos doblando esquinas y cruzando calles a una velocidad “supersónica”.
—¿Dónde está exactamente ese sitio?—pregunto Susan entrecortadamente a causa de la carrera.
—Pues… en frente de “Johnny´s”—contesté.
Corrimos y corrimos por las calles solas y oscuras de Salinas.
Después de una larga y cansada carrera conseguimos llegar al D. P. T (Departamento de Papeleo de los Trabajadores), lugar donde los empleados de la peluquería Jackman iban para recoger sus cheques mensuales y demás papeles.
Abrimos la puerta con brusquedad y rapidez y corrimos hasta el centro de la gran habitación, donde había una mesa con un montón de papeles y un hombre, sentado en una de esas sillas donde se sientan los peces gordos de las empresas, leyendo un periódico de hace una semana y fumando un puro barato, del que salía una pequeña tira de humo.
—¿Qué queréis a estas horas de la noche, niñitas?—ladró el hombre retirándose el periódico de la cara. Era, como había deducido antes, el típico pez gordo (nunca mejor dicho). Tenía, aproximadamente, tres pelos en la cabeza, la nariz aguileña y los labios fruncidos con el puro en la boca. Era más bien viejo, unos 60 años diría yo, con un gran bigote blanco, que hace años habría sido negro, como el pelo.
—Somos las hijas de Lily Jackman, la jefa de la peluquería—recalqué la palabra jefa, a ver si tenía un poco más de respeto—.Nos ha mandado venir aquí para buscar no se qué papeles.
—¡Ah!—sonrió—¿Las hijas de la jefa?—asentimos—Vale…unos papeles—empezó a buscar entre los grandes montones de papeles que tenía encima de la mesa.
Al cabo de unos largos e infinitos minutos, el hombre gruñón exclamó “Eureka”.
—Por fin—susurré.
—Aquí los tienen—nos tendió 5 folios de un color cada uno (rosa, verde, amarillo, azul y rojo) —. Si hay alguno equivocado, no duden en venir a reclamarlo.
—Claro, gracias—dijo Susan al tiempo que cogía los folios con números y letras impresos.
—Adiós, señoritas—hizo un gesto de despedida con la mano y sonrió. Habíamos mejorado.
—Adiós y gracias—dije yo.
Nos fuimos por donde habíamos venido y empezamos a andar por la calle, estábamos muy cansadas para correr.
—Se ha tomado su tiempo el hombre ese, eh—se quejó Susan.
—Ya. Jo, como lleguemos tarde a casa, me río—dije sarcásticamente.
Como era de noche, muy tarde, no había nadie en la calle.
Entonces, todo sucedió muy deprisa:
Oí el rugir de un motor de coche. Me giré, y vi un coche negro acercarse hacia nosotras por detrás a gran velocidad y sin ningún control. Como un auto reflejo, grité:
—¡¡SUSAN!!